Emocional o racional: ¿Hay dos tipos de personas?
Dicen que cada persona es un mundo. No todos somos iguales, están quienes lloran con facilidad y quienes necesitan analizarlo todo antes de tomar una decisión. A quienes se dejan llevar por las emociones o resultan más impulsivos, se les suele decir que reaccionan “con el corazón”. Por otro lado, quienes sobreanalizan cualquier situación, lo hacen “con la cabeza”. Es habitual que utilicemos estas diferencias para definirnos —o definir a otros— como personas emocionales o racionales. Nos ubicamos y ubicamos a los demás en una de estas dos categorías, pero, ¿son estas realmente fijas? ¿Nacemos con un estilo determinado, o es algo que puede cambiarse y desarrollarse?
Si lo analizamos desde la psicología moderna, podemos pensar que no somos ni completamente racionales ni puramente emocionales. Más bien, nos movemos a lo largo de un espectro que depende de múltiples factores: educación, experiencias, contexto vital, incluso estado físico o mental. Comprender esta complejidad puede ser una puerta para vivir con mayor equilibrio.
¿Qué entendemos por una persona emocional o racional?
Cuando hablamos de alguien emocional, solemos referirnos a una persona que da prioridad a los sentimientos. A la hora de actuar o tomar decisiones, el camino que elige puede alejarse de aquello que “es lógico” en pos de lo que siente. Son quienes reaccionan de forma intensa y empatizan con sencillez, pero también pueden sentirse sobrepasados con facilidad ante ciertas situaciones.
Por el otro lado, las personas racionales tienden a buscar el control a través del pensamiento lógico. Alejadas de lo emocional, evalúan pros y contras, planifican y se sienten cómodas con la estructura. El control de sus decisiones puede resultar productivo, pero esta necesidad de análisis puede dificultar su contacto con lo que realmente sienten y se alejan de la emoción propia.
Ambos estilos tienen ventajas y desafíos. Y, si bien siempre vamos a tender más hacia un lado o el otro, lo importante es no encasillarse y reconocer nuestras tendencias para gestionarlas mejor en diferentes contextos.
¿Herencia o personalidad aprendida?
El artículo “A Hierarchical Integrated Model of Self‑Regulation” (Frontiers in Psychology, 2022) propone que la autorregulación combina múltiples niveles: cognitivo, emocional, conductual, fisiológico y genético. Las investigaciones actuales apuntan a que parte de nuestras respuestas emocionales y racionales tienen un componente biológico, pero también están profundamente influenciadas por la crianza, la cultura y las experiencias vitales.
Por su parte, un capítulo de 2019 en Oxford Academic sobre genética de la regulación emocional concluye que, aunque existen marcadores genéticos vinculados a diferencias individuales (como reactividad al estrés), esos factores se entrelazan con el aprendizaje de estrategias como reformulación cognitiva o supresión emocional.
Esto nos indica que, aunque tengamos cierta predisposición, es posible entrenar tanto la parte emocional como la racional, e incluso equilibrarlas en función de nuestras metas personales.
¿Qué pasa cuando nos inclinamos demasiado hacia un extremo?
Si bien ningún estilo es negativo por sí mismo, llevarlo al extremo puede generar desequilibrios. Por ejemplo, si tendemos a reaccionar con impulsividad y luego arrepentirnos, quizá convenga desarrollar la reflexión y la pausa. O si se analiza tanto que se generan bloqueos a la hora de actuar, puede ser útil reconectar con la emoción y permitirte sentir sin miedo. En su blog sobre el tema, los profesionales de Haya Psicólogos insisten en que el primer paso para gestionar estas tendencias no es cambiarlas de raíz, sino tomar conciencia de cómo influyen en nuestra vida diaria, en las relaciones o en el trabajo.
¿Se puede entrenar la parte que sentimos menos natural?
Sí, de hecho, es uno de los objetivos más habituales en psicoterapia. La Asociación Española de Psicología Clínica (AEPC) destaca que el entrenamiento en competencias emocionales mejora no solo la salud mental, sino también el rendimiento académico y profesional. Algunas estrategias incluyen:
- Para trabajar lo racional: escribir un diario de decisiones, evaluar consecuencias, aprender técnicas de resolución de problemas, usar matrices de pensamiento.
- Para trabajar lo emocional: practicar la identificación de emociones, trabajar la autoaceptación, aplicar técnicas de regulación como la respiración o la meditación
Buscar el equilibrio: un reto posible
No se trata de elegir entre emoción o razón, sino de aprender cuándo y cómo dar espacio a cada una. Por ejemplo, una persona puede usar su parte racional para organizar su vida financiera, pero confiar en su intuición y emociones para cultivar vínculos afectivos.
Cada uno de nosotros puede aprender a identificar cuándo una parte toma demasiado control, y cuándo es momento de activar la otra. Esa flexibilidad es un signo de madurez emocional.
Trabajar estas dimensiones no significa anular quiénes somos, sino ampliar nuestras herramientas para responder con más libertad y menos automatismos.